La terminología ‘relación médico-paciente’ es conocida por todo el mundo, con la cual nos referimos cuando queremos expresar la interacción entre el médico y el paciente. Se habla mucho y es cierto que, para que el seguimiento de un tratamiento sea efectivo, es imprescindible la confianza y la empatía entre ambos, médico y paciente, pero en la mayoría de casos solo se da importancia a la relación del médico hacia el paciente pero no al revés.
El paciente acude a nosotros porque sufre una enfermedad y nos necesita como profesionales sanitarios. Es en este momento cuando la relación médico-paciente se inicia, y el desarrollo de esta dependerá del proceso del diagnóstico y tratamiento.
El profesional sanitario posee la formación y el criterio para aconsejar de forma objetiva y facilitar la información que el paciente necesite, y este tendría que actuar en consecuencia de forma adulta, activa y siempre respetuosa.
Actualmente, con toda la información que se puede obtener a través de los medios de comunicación y las redes sociales, los pacientes participan de una manera activa en el proceso, ya sea con el diagnóstico como el tratamiento, con la convicción que tienen razón. A veces resulta difícil hacerlos entender que por mucha información de la cual dispongan, no están calificados ni preparados, y es por esta razón que acuden a nosotros, así que se tendrían que dejar aconsejar. Es aquí donde empieza la relación médico-paciente, en la confianza.
Por lo tanto, es cierto que el paciente tiene un grado de responsabilidad durante su tratamiento, puesto que si no hay cooperación y sinceridad no puede haber un avance. En la mayoría de casos, se da toda la responsabilidad al profesional sanitario, eximiendo al paciente, y por incumplimientos de las prescripciones que el médico hace al paciente, el resultado del tratamiento no es siempre el deseado.
Si la relación médico-paciente fluye de manera bidireccional, el resultado del tratamiento será efectivo y real. Así que la pregunta del millón es la siguiente: cómo se consigue? La respuesta es empatía, es decir, la facultad de comprender e identificarse con la otra persona, ya sea del médico hacia el paciente, que es quien necesita ayuda; como del paciente hacia el médico.
La empatía no siempre se consigue porque exigimos que el médico se identifique con nosotros y no le damos la mínima oportunidad, lo cual se demuestra con frases como “no ha estado simpático/a” o “no me ha atendido correctamente”. No pensamos que el médico lleva todo el día visitando diferentes pacientes y que cada paciente es un mundo. Tiene que haber paciencia y ganas de dar otra oportunidad, exponer aquello que nos pasa con claridad y sinceridad. Todas las personas respondemos bien al buen trato y al respeto.
En el supuesto de que posamos todo el interés, ya sea el médico o el paciente, y la relación no funcione, se tendría que buscar otro profesional que satisfaga y cumpla nuestras expectativas. Es absolutamente necesario que para que el tratamiento se cumpla haya confianza, que es el que caracteriza la buena relación entre el médico y el paciente. Por lo tanto, esta confianza se tiene que buscar.